El Magdalena Medio* suele vestirse de rojo, de atardecer y de tierra. Otras veces el rojo se funde con el amarillo, azul, verde y a veces, incluso, negro.
Durante algunas épocas, esta región ha tomado tonalidades oscuras debido a razones más que conocidas por sus pobladores: la diferencias ideológicas entre grupos, el afán ambicioso de otros cuantos y por supuesto, la ya longeva inequidad que afecta sin preguntar.
Contrario a esta situación, este pedazo de tierra es una de las más nutridos de color en Colombia; primero por sus paisajes, sin ninguna duda hermosos y variados así como también por el movimiento que implica el diario vivir en la zona.
Aquí el río es el motor de la vida: cada mañana los pescadores madrugan para trabajar jornadas extenuantes y largas en las que juegan a probar cómo capturar más y mejores peces para satisfacer a su comunidad. Mientras tanto, quienes conducen las chalupas, se dedican a recorrer el río de sur a norte para llevar razones y alimentos que nutran el corazón y el estómago de las familias que viven a lado y lado de las aguas.
Más allá del río, en los valles, está el ganado que se esfuerza para esconderse del incompasible sol; los mineros buscando tesoros que les garanticen una mejor vida y las petroleras que sacan su cara en una Barrancabermeja caliente y siempre congestionada.
Al atardecer, otra vez aparece el río, cuyas orillas se convierten en la zona para encontrar restaurantes, modestos y otros no tanto, en los que se hacen los refuerzos para seguir la jornada, se cierran negocios e incluso se terminan otros no muy afortunados.
Por eso, a quien llegue a este lugar, se le garantiza conocer el color de la selva, el bosque y el cemento integrados. Pero también, y más importante, descubrir los verdaderos colombianos, que recorren valles y montañas para sacar un día adelante, que se enfrentan a los caprichos de la naturaleza con tal de subsistir y que al final del día descansan, mientras reflejan la luz de su tierra, que no es otra más que su cara pintada por el sol de un indiscutible rojo carmín.
*La región del Magdalena Medio es conformada por los departamentos de Antioquia, Bolívar, Boyacá, Caldas, Cesar, Cundinamarca, Santander, solamente en la parte que cada uno es tocada por el amplio río Magdalena.
viernes, 18 de abril de 2008
miércoles, 2 de abril de 2008
Sora: corazón de piedra y traje de lana
No se trata de una capilla, tampoco una majestuosa catedral, es una modesta iglesia que abraza a Sora. El corazón de este lugar está hecho de reliquias religiosas muy bien guardadas que contrastan con su fachada en piedra.
Pero la verdadera magia del lugar está en dos pequeñas barreras construidas a partir de cientos de fósiles encontrados en la región, que parecen abrazar a todo aquel que llegue al pueblo, como si con este gesto el pueblo contara su historia, sus años de vida, su tiempo de existencia allí en silencio, oculto.
La iglesia, todavía sin competencia de otros dioses u otras reglas de vida para irse feliz más allá de la vida, es el foco del pueblo. Cada domingo, ahí se encuentran los soranos, que sólo por ese día guardan sus desgastadas y empolvadas ropas de trabajadores del campo, para lucir sus ruanas pesadas y calientes que cubren la mejor de sus pintas.
Algunos rezan, otros se dedican a llenarse de charla con sus vecinos y compadres para poder resistir una semana más de trabajo en silencio; y muchos más negocian sus vacas, sus sembrados de arverja, papa y cebolla y claro, sus tierras mismas o hasta sus pozos de agua.
Al final, ya sin su ruana, en la tienda del pueblo todos vuelven a ser los mismos seres cansados de un día más, con sus caras coloreadas, esta vez ya no por el sol que les acompañó mientras cultivaban, sino por el recuerdo de una cerveza tibia o unos cuantos tragos de onix, bien anisado. A su salud sumercé!
Pero la verdadera magia del lugar está en dos pequeñas barreras construidas a partir de cientos de fósiles encontrados en la región, que parecen abrazar a todo aquel que llegue al pueblo, como si con este gesto el pueblo contara su historia, sus años de vida, su tiempo de existencia allí en silencio, oculto.
La iglesia, todavía sin competencia de otros dioses u otras reglas de vida para irse feliz más allá de la vida, es el foco del pueblo. Cada domingo, ahí se encuentran los soranos, que sólo por ese día guardan sus desgastadas y empolvadas ropas de trabajadores del campo, para lucir sus ruanas pesadas y calientes que cubren la mejor de sus pintas.
Algunos rezan, otros se dedican a llenarse de charla con sus vecinos y compadres para poder resistir una semana más de trabajo en silencio; y muchos más negocian sus vacas, sus sembrados de arverja, papa y cebolla y claro, sus tierras mismas o hasta sus pozos de agua.
Al final, ya sin su ruana, en la tienda del pueblo todos vuelven a ser los mismos seres cansados de un día más, con sus caras coloreadas, esta vez ya no por el sol que les acompañó mientras cultivaban, sino por el recuerdo de una cerveza tibia o unos cuantos tragos de onix, bien anisado. A su salud sumercé!
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